Hace
muchos años, iba a participar en una mesa redonda en Sevilla. La mesa, que como
es habitual, a pesar del nombre nunca es redonda, estaba situada en una tarima
de más de 25 cm
de alto, y a mí me tocaba sentarme justo en una esquina. Como había más
ponentes que sitio, cuando yo fui a colocarme, ubiqué fuera de la tarima una de
las patas de la silla, con lo cual, en cuanto traté de sentarme me caí al suelo
con gran estrépito. En un primer momento, la reacción del público fue la de
reírse ante la circunstancia. Así que eso es lo primero que oí mientras
intentaba alzarme del suelo y levantar mi asiento. No obstante, la segunda
reacción de la gente fue la más interesante, cuando me incorporé y reconocí mi
torpeza, el auditorio se conmovió. Sin saberlo, estaba utilizando las 3 Claves
de la Oratoria.
Años
más tarde, tras el estudio de muchos oradores, yo misma acuñé las que considero
son las 3 Claves de la Oratoria que te ayudan a llegar a cualquier público son:
naturalidad, humildad y hablar desde el corazón.
El
componente de espontaneidad de la naturalidad no debe olvidarse porque es el mejor aliado para salir de cualquier
imprevisto. Sobre todo cuando metemos la
pata. Ante cualquier eventualidad en una charla, el público puede reírse en
un primer momento, aunque después se solidariza con el orador y, empatizando
con él, piensa: “pobrecillo, lo que le ha pasado”. Si uno sabe aprovechar el
momento para exponer su naturalidad, se ha ganado a la gente. Esto es tan real,
que hay oradores profesionales que saben utilizarlo cuando los espectadores están
fríos y distantes. Un pequeño tropezón al entrar, al subir al estrado, unas
risas por parte de la audiencia, una excusa suya aludiendo a lo patoso que uno es, y tendrá a los
asistentes en el bolsillo.
Dice la RAE que naturalidad es “espontaneidad y sencillez en el trato y modo de
proceder”. Sin embargo la mayoría de los
oradores de hoy en día carecen de naturalidad. Sin darse cuenta aflora en ellos
la necesidad de aparentar seguridad,
tranquilidad, conocimiento… y eso les torna un tanto artificiales. Imaginemos dos profesores. Uno entra en el aula
cuando todos los alumnos ya están dentro, lo hace con semblante serio, se
sienta en su mesa, prepara sus papeles, hace un ligero carraspeo y comienza a
hablar. El segundo, llega con tiempo, los alumnos están entrando. Deja sus
cosas en la mesa y se dispone a charlar con el primero estudiante que se
encuentra: “hola, soy fulanito, ¿Qué tal el curso? ¿Estáis contentos?”. ¿Cuál
de los dos profesores habrá comenzado con mejor pie? Por supuesto, el segundo.
Hoy
en día la naturalidad es tan exigua, que es un valor en alza y, quien la
consigue, triunfa. De hecho, los grandes oradores de Estados Unidos ya no
quieren dirigirse al público desde un atril o pertrechados detrás de una mesa.
Huyen del formalismo, y como se señalaba antes, cogen el micrófono con una
mano, y sus fichas en la otra, se bajan del estrado y hablan moviéndose entre
el público, interactuando con él. Esa proximidad física con el auditorio les
hace más cercanos, más espontáneos, más naturales. Así que, ya sabes sólo
tienes que ser tú, es el mejor ingrediente.
b) Humildad
El
22 de mayo de 2007 disfruté de un buen ejemplo de humildad. El acto transcurría
en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. La oradora era la
Dra. Jane Goodall, una primatóloga, especialista
en chimpancés, que recibió el Premio Príncipe de Asturias en 2003. Es una de
las científicas más importantes de la historia moderna, y sin embargo, si hay
una característica que le identifique es la humildad. Aquella tarde ejerció su
influjo sobre los oyentes de una manera muy especial. Más de 400 personas, en
su mayoría gente joven que conocían su historia, habían ido a escucharla. Con
una aparente fragilidad, Jane Goodall se acercó al atril y comenzó su
exposición. Y lo hizo como es habitual en ella, imitando la llamada de los
chimpancés en la distancia. Contemplar a una mujer tan importante -desde el
punto de vista de la ciencia- comunicándose con los espectadores imitando el sonido de los simios es una
experiencia única. La sala estaba en absoluto silencio, y aquel sonido, que
transportaba al rincón más profundo de la selva de Tanzania, llegaba en directo
al corazón del auditorio. Su manera de hablar, tan pausada, transmitiendo una
paz que le caracteriza, demostraron una humildad tal que la gente salió de allí
encandilada.
“Virtud
que consiste en el conocimiento de nuestras limitaciones y debilidades y en
obrar de acuerdo con ese conocimiento”, dice la RAE que es la humildad.
En
una ocasión dando clase en un pueblo de la Comunidad de Madrid, unos alumnos me confesaron que la profesora anterior llegó el
primer día diciendo: “Desde luego, no sé cómo pueden vivir ustedes aquí, con lo
lejos que está esto de todo”. Por supuesto, pocas amistades hizo aquella mujer
con los estudiantes con quien no fue capaz de empatizar en toda la semana que
les dio clase; su superioridad le hizo granjearse el malestar de todos ellos.
Es
un error frecuente entre los oradores creerse superiores a las personas que les
escuchan. Sólo desde la postura del diálogo y la humildad se sale victorioso de
cualquier situación. En ese sentido
la Programación Neurolingüística con su premisa el mapa no es el territorio lo deja muy claro: cada persona tiene derecho a tener su opinión sobre las
cosas que no tiene por qué coincidir con la tuya, así es. Cuando das una
conferencia no vas a instruir, sino a
compartir conocimientos y, como
veremos más adelante, a hacer un servicio a los demás. Explica John Grinder
respecto a esto: “No puedo enseñarte nada, puedo proponerte un contexto para
que aprendas”; y lo dice alguien que ha revolucionado el mundo de la
psicología, la terapia, el lenguaje, la comunicación…Quien se cree que posee la
verdad absoluta cuando habla en público no puede ser un buen comunicador.
c) Corazón
“Estos
hombres enseñaron al pequeño francés de sangre mezclada que yo era el amor a
Francia y el orgullo de ser francés. Este amor nunca se ha debilitado y este
orgullo nunca me ha abandonado. Son sentimientos que he callado durante mucho
tiempo. Durante mucho tiempo los he guardado para mí, como un tesoro escondido
en el fondo de mi corazón, que no sentía la necesidad de compartir con nadie.
Pensaba que la política no tenía nada que ver con mis emociones personales. Me
imaginaba que un hombre fuerte debía ocultar sus emociones. Desde entonces he
comprendido que sólo es fuerte aquel que aparece en su verdad. He comprendido
que la Humanidad
es una fuerza y no una debilidad”.
Este
conmovedor fragmento pertenece al discurso del 14 de enero de 2007, cuando
Nicolás Sarcozy presentaba su candidatura a la presidencia francesa con el texto
titulado He cambiado. Una alocución,
creada en especial para él, donde desnudaba
sus sentimientos y hablaba de emociones.
El que había sido un ministro del Interior de Francia, serio y duro, se
convertía en un hombre con sentimientos, y los reconocía delante de su público.
Toda su presentación estuvo llena de alusiones a lo que había vivido, a sus
experiencias vitales, de manera que consiguió hacerse cercano, hacerse más
humano ante quienes le estaban escuchando. Fue un texto de mucho éxito,
dirigido al corazón de los franceses.
Se
dice que el ser humano, a pesar de nacer con dos hemisferios en el cerebro, el
derecho y el izquierdo, comienza sus primeros años de vida utilizando el
derecho; sin embargo, en el momento en el que se inicia en la educación formal,
es su hemisferio izquierdo el que empieza a desarrollarse, censurando en cierto modo, al derecho. La expresión “los niños no
lloran” no es sino un ejemplo de una creencia empleada durante años para
indicar a los hombres que no deben mostrar sus emociones. Exponer lo que se
siente ha sido considerado durante mucho tiempo como síntoma de debilidad; de
ahí que, como decíamos en el capítulo correspondiente a la inteligencia emocional,
nos cueste expresar nuestra emotividad.
Saber
expresar las emociones e integrarlas en un discurso es la manera más sencilla y
directa de llegar a la gente. Las
grandes intervenciones en público de la historia son las que han logrado tocar el corazón de los espectadores.
Hoy en día, es raro el buen orador, el gran comunicador, que no incluye en su
presentación anécdotas personales, vivencias propias, historias de su vida… Y
lo hace con un fin muy claro: acceder al interior de la gente mostrándose como
lo que es, una persona más.
Hay
miles de ejemplos de discursos vacíos, en los que el ponente cuenta con
frialdad lo que pretende, sin expresar nada ante un público que le mira
aburrido. Los políticos españoles pecan de esto, de realizar una oratoria sin corazón. Pocas veces uno de
nuestros políticos, sea del partido que sea, arranca del público que le escucha
unos aplausos sinceros, emocionados.
Un
orador que utiliza de manera magistral las tres claves de la oratoria que aquí
comento, es el presidente de Estados Unidos, Barack Obama (en EEUU los
presidentes no dejan de serlo aunque ya no estén en la Casa Blanca). En un
mismo discurso es capaz de hacerte reír y llorar, como el que realizó en el
Congreso el 24 de febrero de 2009, un mes después de llegar a la Casa Blanca. Y uno de los textos
que quedarán para la historia y que merece la pena leer es el discurso de la
Raza, pronunciado por el entonces candidato el 18 de marzo de 2008 en
Filadelfia. En realidad el texto se llama Una
Unión Más Perfecta y lo que hizo fue hablar de la problemática del racismo
entre blancos y negros como ningún político americano había podido hacer,
siendo blanco y negro a la vez.
Otro
ejemplo de lo que estamos comentando es la película Una verdad incómoda (2006), del Premio Nobel de la Paz y ex vicepresidente de
Estados Unidos, Al Gore. Es un documental sobre las presentaciones que este
orador va realizando por todo el mundo. En su discurso, que pretende
sensibilizar al planeta sobre los peligros del cambio climático, sabe utilizar
muy bien las emociones. Tan pronto proporciona numerosos datos que prueban la
realidad del problema, como explica anécdotas de su infancia, lo que sintió
cuando su hijo fue atropellado por un automóvil o incluye unos dibujos animados
que hacen reír a todos. Ese juego de emociones permite que su charla guste a
públicos muy diferentes.
Por
tanto, desnudar nuestro corazón al hablar en público, perder el pudor a
mostrarnos como somos, con nuestras fortalezas y debilidades, nos humaniza a los ojos de los espectadores,
que se identifican con nosotros, empatizan y se solidarizan con nuestra charla,
facilitando nuestra comunicación. ¡Naturalidad, humildad y corazón, con esos
tres ingredientes triunfarás!
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Mónica Pérez de las Heras