lunes, 28 de agosto de 2017

Las 3 Claves para "seducir" a tu audiencia al hablar en público


Hace muchos años, iba a participar en una mesa redonda en Sevilla. La mesa, que como es habitual, a pesar del nombre nunca es redonda, estaba situada en una tarima de más de 25 cm de alto, y a mí me tocaba sentarme justo en una esquina. Como había más ponentes que sitio, cuando yo fui a colocarme, ubiqué fuera de la tarima una de las patas de la silla, con lo cual, en cuanto traté de sentarme me caí al suelo con gran estrépito. En un primer momento, la reacción del público fue la de reírse ante la circunstancia. Así que eso es lo primero que oí mientras intentaba alzarme del suelo y levantar mi asiento. No obstante, la segunda reacción de la gente fue la más interesante, cuando me incorporé y reconocí mi torpeza, el auditorio se conmovió. Sin saberlo, estaba utilizando las 3 Claves de la Oratoria.

Años más tarde, tras el estudio de muchos oradores, yo misma acuñé las que considero son las 3 Claves de la Oratoria que te ayudan a llegar a cualquier público son: naturalidad, humildad y hablar desde el corazón.


         a) Naturalidad



El componente de espontaneidad de la naturalidad no debe olvidarse porque  es el mejor aliado para salir de cualquier imprevisto. Sobre todo cuando metemos la pata. Ante cualquier eventualidad en una charla, el público puede reírse en un primer momento, aunque después se solidariza con el orador y, empatizando con él, piensa: “pobrecillo, lo que le ha pasado”. Si uno sabe aprovechar el momento para exponer su naturalidad, se ha ganado a la gente. Esto es tan real, que hay oradores profesionales que saben utilizarlo cuando los espectadores están fríos y distantes. Un pequeño tropezón al entrar, al subir al estrado, unas risas por parte de la audiencia, una excusa suya aludiendo a lo patoso que uno es, y tendrá a los asistentes en el bolsillo.

Dice la RAE que naturalidad es “espontaneidad y sencillez en el trato y modo de proceder”.  Sin embargo la mayoría de los oradores de hoy en día carecen de naturalidad. Sin darse cuenta aflora en ellos la necesidad de aparentar seguridad, tranquilidad, conocimiento… y eso les torna un tanto artificiales. Imaginemos dos profesores. Uno entra en el aula cuando todos los alumnos ya están dentro, lo hace con semblante serio, se sienta en su mesa, prepara sus papeles, hace un ligero carraspeo y comienza a hablar. El segundo, llega con tiempo, los alumnos están entrando. Deja sus cosas en la mesa y se dispone a charlar con el primero estudiante que se encuentra: “hola, soy fulanito, ¿Qué tal el curso? ¿Estáis contentos?”. ¿Cuál de los dos profesores habrá comenzado con mejor pie? Por supuesto, el segundo.

Hoy en día la naturalidad es tan exigua, que es un valor en alza y, quien la consigue, triunfa. De hecho, los grandes oradores de Estados Unidos ya no quieren dirigirse al público desde un atril o pertrechados detrás de una mesa. Huyen del formalismo, y como se señalaba antes, cogen el micrófono con una mano, y sus fichas en la otra, se bajan del estrado y hablan moviéndose entre el público, interactuando con él. Esa proximidad física con el auditorio les hace más cercanos, más espontáneos, más naturales. Así que, ya sabes sólo tienes que ser tú, es el mejor ingrediente.

b) Humildad


El 22 de mayo de 2007 disfruté de un buen ejemplo de humildad. El acto transcurría en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. La oradora era la Dra. Jane Goodall, una primatóloga, especialista en chimpancés, que recibió el Premio Príncipe de Asturias en 2003. Es una de las científicas más importantes de la historia moderna, y sin embargo, si hay una característica que le identifique es la humildad. Aquella tarde ejerció su influjo sobre los oyentes de una manera muy especial. Más de 400 personas, en su mayoría gente joven que conocían su historia, habían ido a escucharla. Con una aparente fragilidad, Jane Goodall se acercó al atril y comenzó su exposición. Y lo hizo como es habitual en ella, imitando la llamada de los chimpancés en la distancia. Contemplar a una mujer tan importante -desde el punto de vista de la ciencia- comunicándose con los espectadores  imitando el sonido de los simios es una experiencia única. La sala estaba en absoluto silencio, y aquel sonido, que transportaba al rincón más profundo de la selva de Tanzania, llegaba en directo al corazón del auditorio. Su manera de hablar, tan pausada, transmitiendo una paz que le caracteriza, demostraron una humildad tal que la gente salió de allí encandilada.

“Virtud que consiste en el conocimiento de nuestras limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con ese conocimiento”, dice la RAE que es la humildad.

En una ocasión dando clase en un pueblo de la Comunidad de Madrid,  unos alumnos me  confesaron que la profesora anterior llegó el primer día diciendo: “Desde luego, no sé cómo pueden vivir ustedes aquí, con lo lejos que está esto de todo”. Por supuesto, pocas amistades hizo aquella mujer con los estudiantes con quien no fue capaz de empatizar en toda la semana que les dio clase; su superioridad le hizo granjearse el malestar de todos ellos.

Es un error frecuente entre los oradores creerse superiores a las personas que les escuchan. Sólo desde la postura del diálogo y la humildad se sale victorioso de cualquier situación. En ese sentido la Programación Neurolingüística con su premisa el mapa no es el territorio lo deja muy claro: cada persona  tiene derecho a tener su opinión sobre las cosas que no tiene por qué coincidir con la tuya, así es. Cuando das una conferencia no vas a instruir, sino a compartir conocimientos y, como veremos más adelante, a hacer un servicio a los demás. Explica John Grinder respecto a esto: “No puedo enseñarte nada, puedo proponerte un contexto para que aprendas”; y lo dice alguien que ha revolucionado el mundo de la psicología, la terapia, el lenguaje, la comunicación…Quien se cree que posee la verdad absoluta cuando habla en público no puede ser un buen comunicador.

c) Corazón


“Estos hombres enseñaron al pequeño francés de sangre mezclada que yo era el amor a Francia y el orgullo de ser francés. Este amor nunca se ha debilitado y este orgullo nunca me ha abandonado. Son sentimientos que he callado durante mucho tiempo. Durante mucho tiempo los he guardado para mí, como un tesoro escondido en el fondo de mi corazón, que no sentía la necesidad de compartir con nadie. Pensaba que la política no tenía nada que ver con mis emociones personales. Me imaginaba que un hombre fuerte debía ocultar sus emociones. Desde entonces he comprendido que sólo es fuerte aquel que aparece en su verdad. He comprendido que la Humanidad es una fuerza y no una debilidad”.

Este conmovedor fragmento pertenece al discurso del 14 de enero de 2007, cuando Nicolás Sarcozy presentaba su candidatura a la presidencia francesa con el texto titulado He cambiado. Una alocución, creada en especial para él, donde desnudaba sus sentimientos y hablaba de emociones. El que había sido un ministro del Interior de Francia, serio y duro, se convertía en un hombre con sentimientos, y los reconocía delante de su público. Toda su presentación estuvo llena de alusiones a lo que había vivido, a sus experiencias vitales, de manera que consiguió hacerse cercano, hacerse más humano ante quienes le estaban escuchando. Fue un texto de mucho éxito, dirigido al corazón de los franceses.

Se dice que el ser humano, a pesar de nacer con dos hemisferios en el cerebro, el derecho y el izquierdo, comienza sus primeros años de vida utilizando el derecho; sin embargo, en el momento en el que se inicia en la educación formal, es su hemisferio izquierdo el que empieza a desarrollarse, censurando en cierto modo, al derecho. La expresión “los niños no lloran” no es sino un ejemplo de una creencia empleada durante años para indicar a los hombres que no deben mostrar sus emociones. Exponer lo que se siente ha sido considerado durante mucho tiempo como síntoma de debilidad; de ahí que, como decíamos en el capítulo correspondiente a la inteligencia emocional, nos cueste expresar nuestra emotividad.

Saber expresar las emociones e integrarlas en un discurso es la manera más sencilla y directa de llegar a la gente. Las grandes intervenciones en público de la historia son las que han logrado tocar el corazón de los espectadores. Hoy en día, es raro el buen orador, el gran comunicador, que no incluye en su presentación anécdotas personales, vivencias propias, historias de su vida… Y lo hace con un fin muy claro: acceder al interior de la gente mostrándose como lo que es, una persona más.

Hay miles de ejemplos de discursos vacíos, en los que el ponente cuenta con frialdad lo que pretende, sin expresar nada ante un público que le mira aburrido. Los políticos españoles pecan de esto, de realizar una oratoria sin corazón. Pocas veces uno de nuestros políticos, sea del partido que sea, arranca del público que le escucha unos aplausos sinceros, emocionados.

Un orador que utiliza de manera magistral las tres claves de la oratoria que aquí comento, es el presidente de Estados Unidos, Barack Obama (en EEUU los presidentes no dejan de serlo aunque ya no estén en la Casa Blanca). En un mismo discurso es capaz de hacerte reír y llorar, como el que realizó en el Congreso el 24 de febrero de 2009, un mes después de  llegar a la Casa Blanca. Y uno de los textos que quedarán para la historia y que merece la pena leer es el discurso de la Raza, pronunciado por el entonces candidato el 18 de marzo de 2008 en Filadelfia. En realidad el texto se llama Una Unión Más Perfecta y lo que hizo fue hablar de la problemática del racismo entre blancos y negros como ningún político americano había podido hacer, siendo blanco y negro a la vez.

Otro ejemplo de lo que estamos comentando es la película Una verdad incómoda (2006), del Premio Nobel de la Paz y ex vicepresidente de Estados Unidos, Al Gore. Es un documental sobre las presentaciones que este orador va realizando por todo el mundo. En su discurso, que pretende sensibilizar al planeta sobre los peligros del cambio climático, sabe utilizar muy bien las emociones. Tan pronto proporciona numerosos datos que prueban la realidad del problema, como explica anécdotas de su infancia, lo que sintió cuando su hijo fue atropellado por un automóvil o incluye unos dibujos animados que hacen reír a todos. Ese juego de emociones permite que su charla guste a públicos muy diferentes.

Por tanto, desnudar nuestro corazón al hablar en público, perder el pudor a mostrarnos como somos, con nuestras fortalezas y debilidades, nos humaniza a los ojos de los espectadores, que se identifican con nosotros, empatizan y se solidarizan con nuestra charla, facilitando nuestra comunicación. ¡Naturalidad, humildad y corazón, con esos tres ingredientes triunfarás!

Si quieres aprender Oratoria conmigo, apúntate al curso: "Oratoria con PNL e Inteligencia Emocional" de la Escuela Europea de Oratoria, infórmate aquí.  Próxima edición: 1 y 2 de septiembre (viernes de 17 a 21 horas y sábado de 9 a 19 horas).

Mónica Pérez de las Heras

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